Escrito por Flor García Mencos, Directora Ejecutiva en Circula, Centro de Liderazgo Restaurativo

La atención que hoy recibe el desarrollo de liderazgo como un eje de crecimiento profesional se ha incrementado notablemente en los últimos años en todos los ámbitos, incluyendo el sector social y organizaciones no lucrativas. Y esto es positivo, pues la forma de liderar impacta directamente la cultura, el trabajo y a todas las personas en las organizaciones.  Nuestro enfoque a lo largo de una década acompañando a líderes de impacto social, no ha sido solamente que logren más y mejores resultados, sino que puedan hacerlo mientras generan espacios seguros donde todas las personas son reconocidas. Un liderazgo restaurativo y consiente del impacto de sus palabras y acciones. Hoy reflexiono acerca de cómo el lenguaje que acompaña este “boom del liderazgo” nos puede acercar o separar de ese propósito.

Cada vez integramos más términos anglos a nuestro lenguaje cotidiano y profesional que se han ido constituyendo en signos de cosmopolitismo o se asocian a poseer conocimientos especializados. Este uso o abuso de acepciones en inglés llega desde el mundo del mercadeo, pero el sector no lucrativo también muestra una tendencia a adoptar un lenguaje que no es comprensible para todos, que parece dar cierta categoría actual y superior a nuestros conocimientos. Funciona como llave de acceso a un club invisible y lo normalizamos sin cuestionar el impacto y significado profundo que tiene en la cultura organizacional y en la colectividad de los espacios profesionales. ¿Te resulta familiar el vocabulario en este texto?  “Ven al kick off de nuestro bootcamp anual donde diversos speackers presentarán estrategias de managment que te ayudarán a lograr mayor engagement con tu equipo.” Tal vez suena exagerado, pero es bastante cercano a la realidad.

Por ejemplo, cuando mi oficina estaba dentro de un espacio compartido de trabajo – más conocido como un co-working – las invitaciones a actividades se hacían en inglés, excluyendo a personas no bilingües. O como cuando en un foro para ONG´s el expositor hablaba de benchmarking y quedé perdida por un momento hasta entender por contexto, pero además con una sensación incómoda pues parecía que todos entendían, aunque no era así. La mujer junto a mi buscó el significado en su teléfono y en la fila de atrás escuché “¿El qué?”. Se trasplantaba esta palabra del mercadeo al terreno social para nuestra mejora profesional, cuando lo que plateaba podía nombrarse como análisis comparativo de buenas prácticas y resultados. El lenguaje es un elemento poderoso de vinculación o separación humana.

Nadie quiere experimentar esa sensación de inadecuación, así que aceptamos, aprendemos y muy pronto integramos términos profesionales como normas no escritas que dan forma a nuestras comunidades colaborativas y sin darnos cuenta obedecemos pautas aspiracionales de un mundo anglo y eurocéntrico. La cercanía y las relaciones de confianza con colegas del tercer sector en mi país y la exploración de mi propia identidad cultural, hace que cada vez me resulte más desvinculado este lenguaje. Desvinculado de quienes somos, de los equipos que conformamos, de la misión y población que servimos. El idioma inglés y las palabras en sí no son el problema, más bien es la forma de utilizarlas que genera exclusión según el contexto y sus interlocutores. En una junta directiva internacional no hispanohablante serás un trustee y en un programa internacional un fellow. Se vuelve problemático cuando el contexto no justifica el uso del anglicismo, tenemos que preguntarnos ¿a quién convoca y a quién deja fuera nuestro lenguaje?

Todos somos susceptibles a responder a un tipo de conocimiento articulado de acuerdo a estándares elitistas. Nos sucede por vivir en una era en la que la sobrevivencia –profesional, económica- parece estar en ser capaces de seguir la perspectiva cognitiva de la modernidad, que no es más que otro eje del capitalismo global eurocéntrico. Quijano (2007) nombra esto como colonialidad del lenguaje.

Cuánta razón tenía Humberto Maturana al señalar que las conversaciones que tenemos crean la realidad que vivimos. Ahora soy más consciente de cómo el lenguaje ha impactado los espacios co-creados y movidos colectivamente con prácticas que nos permiten vernos, escucharnos y reconocernos tal como somos. Procuramos conexión humana y solidaria más que networking; plenitud más allá de empowerment; una comunidad y equipo conectado en conversaciones honestas y a veces difíciles más que teambuilding.  

También reconozco que colegas indígenas se han adaptado a nuestras actividades en español y eso no deja de ser desigual y colonialista. Podemos y debemos hacer mucho más para asegurar procesos de fortalecimiento de liderazgo con profundo respeto por las personas y culturas. Por lo pronto iniciamos nuestro primer proceso en Poqomchí, ¡es un paso!

Quienes trabajamos en el sector social estamos mucho más sensibilizados a la realidad de la mayoría de personas, y nuestro compromiso con la reducción de las desigualdades debe ser alto, asegurándonos de no caer en la práctica consciente o inconsciente de ninguna forma de discriminación, especialmente desde nuestros roles de liderazgo. La comunicación que generamos dentro de nuestras organizaciones y que proyectamos hacia afuera de ellas, si hace una diferencia, reta y resiste modelos impuestos. Como dice Rubén Blades en una de sus canciones siempre busca el fondo y su razón.

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